Por Faustino Collado
Recordando el verso «Estar enamorado es ignorar el tiempo y su medida» (Manuel Alejandro y Ana Magdalena, 1982), pensé en el tema de la obsesión, porque esta paraliza a la persona en un punto del universo, sin ver nada más a su alrededor.
Tal es la ofuscación que hasta una estrella que se caiga o aparezca ante los ojos del obsesionado pasa desapercibida.
Estar obsesionado es desviar la realidad a otra inexistente o autodeformada.
Estar obsesionado es mucho más que un error de apreciación, de cálculo o de método, pues, cuando de esto se trata el ser humano, sea un científico o simple mortal, casi siempre retrocede, corrige o se humilla ante la verdad o la justicia.
El ser obsesionado mantiene una imagen clavada en su mente, siendo dominado por ella. Esa imagen o idea le esclaviza, porque solo vive para ella, descuidando tantas cosas que valen.
Estar obsesionado es distinto a la perseverancia, a la firmeza de carácter, a ser fiel a sus principios, porque todo eso, virtudes como llaman algunos, son características humanas, es decir, de la razón desarrollada.
Estar obsesionado es otra cosa, o más bien es la cosificación del pensamiento humano, donde se empieza a ver fantasmas por doquier y a enemigos que no lo son; también a descartar y excluir porque se sospecha en todo y de todos. Ahí se llega a la frontera de la equizofrenia y la obsesión pasa a ser una enfermedad.
Así que lo recomendable, desde la cotidianidad, sin descartar a psicólogos y psiquiatras, es, por ejemplo, acudir al cancionero a cada momento, como la canción cantada por Marc Anthony: «Vivir mi vida», y decir con él: «Siempre pa’ lante, no mires pa’ atrás» (2013).