Enseñanzas de las elecciones dominicanas de 2020

Por Ariel Cabral

Por Filiberto Cruz Sánchez

El 2020 quedará registrado en la historia dominicana como un año inédito, en el que ocurrieron hechos sin precedentes, entre ellos el aplazamiento de dos elecciones, una por la ocurrencia de un supuesto sabotaje, y otra por la presencia del coronavirus. Dos elecciones aplazadas en un mismo año, en medio de los efectos negativos de un virus desconocido, son hechos combinados jamás ocurridos en el país.

Sin embargo, revisando nuestra historia electoral que el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Jacinto de Castro, en su condición de presidente interino del país, convocó, para los primeros días de octubre de 1878, a elecciones directas para elegir un nuevo Presidente, en una época de continuas rebeliones armadas que impedían la estabilidad política de la nación.

Diez días después de la convocatoria cayó asesinado el candidato presidencial Manuel Altagracia Cáceres (alias Memé), hecho que obligó a aplazar los comicios para mediados de octubre, pero el estado de agitación creado por la muerte de Cáceres provocó la renuncia de Jacinto de Castro, quien fue sustituido por un Consejo de Ministros, encabezado por Cesáreo Guillermo y las elecciones presidenciales pudieron efectuarse a finales de diciembre. Esas fueron las primeras elecciones dominicanas aplazadas en dos ocasiones en un mismo año, pero debido a la ocurrencia de un crimen político.

Las elecciones municipales del 16 de febrero del presente año fueron diferidas por la ocurrencia de un sabotaje al voto automatizado originado en el centro informático de la Junta Central Electoral. En virtud de esa acción ilícita, aún sin castigo, el organismo comicial se vio forzado a aplazar dichas elecciones para el 15 del siguiente mes de marzo. Y las presidenciales y congresuales, que debieron efectuarse el 17 de mayo, también suspendidas para el 5 de julio, pero por causas de los estragos del virus, cuyos primeros afectados se reportaron en el país desde el 1 de marzo.

Al PLD se le hizo difícil admitir su doble derrota a partir del 16 de febrero. Su cúpula acusó a la oposición del boicot electoral, pero no pudo borrar de la percepción pública que ese acto fue de su exclusiva responsabilidad. Las acciones de protestas que originó el boicot (manifestaciones masivas en la Plaza de la Independencia, cacerolazos, etc.) agravaron la fea imagen de un partido desgastado y dividido, que sufrió una segunda derrota tras conocerse los resultados de las municipales del 15 de marzo.

En medio de la pandemia, el candidato presidencial del PLD empezó a mostrar su alma de filántropo. Las encuestas más fiables lo situaron con una simpatía electoral cercana al 30%. Después del 17 de marzo, cuando la población dominicana empezó a ser presa del pánico, Gonzalo Castillo se lanzó a las calles con un agresivo plan de asistencia social y repartos de insumos médicos, pensando que podría aumentar su caudal electoral. En mi opinión, los acarreos aéreos, los repartos de mascarillas, comidas, gas, agua y dinero en efectivo ayudaron a subir al candidato oficial en la intención del voto, pero no lo suficiente para ganar en ninguna vuelta electoral.

Las dádivas en segundo plano

Los estrategas del PLD pensaron que tirando la puerta por la ventana, mostrando el lado generoso de su candidato en medio del pánico generalizado, sería la mejor manera de posicionar a Gonzalo Castillo.

Desde el 17 de marzo hasta el mismo día de las votaciones del 5 de julio, el candidato presidencial del PLD suplantó las funciones del Gobierno, gastando millones de pesos en una campaña asistencialista abarcadora, en un derroche sin control de recursos de toda índole, siempre con la esperanza de situarse en una posición de real competencia electoral.

Esa estrategia partió del supuesto de que los electores pobres, de escasos ingresos, podrían inclinarse por Gonzalo si eran favorecidos con dádivas en medio de la crisis sanitaria, social y económica.

Es decir, los estrategas del PLD repitieron su política clientelar seguida en procesos anteriores, pero en esta ocasión fracasaron, pues los sentimientos de cambio del votante dominicano pasaron al primer plano.

Otra estrategia seguida por la cúpula morada y sus asesores, según pude leer y escuchar durante el proceso electoral, consistió en tentar el carácter volátil del votante dominicano, que hoy favorece a un partido y mañana se va con otro, lo cual es relativamente cierto, pero olvidaron el hastío de la población y subestimaron su olfato político.

Cuando los que están arriba se olvidan que los pueblos se cansan de sus gobiernos, sin importar las obras positivas que hayan hecho, tienden a subestimar y se desconectan del pensar de los pueblos que, al llegar el momento oportuno, cuando ellos menos esperan, deciden seguir su instinto y probar nuevas aventuras, pensando en oportunidades más significativas para mejorar su triste existencia.

La coyuntura electoral concluida el 5 de julio de 2020 tuvo ciertas similitudes con las de 1978, 1994, 2004 y 2012. En cada una de esas jugó un rol determinante el repudio generalizado de la población electoral contra los malos gobiernos y sus candidatos presidenciales que buscaron continuar en el poder.

No me detendré analizar dichas coyunturas, pero debo decir que con relación a la de 2012, cuando Hipólito Mejía perdió por escaso margen, se sintió también el hastío y el desgaste del tercer gobierno de Leonel Fernández que, no obstante sus intentos reeleccionistas, se vio forzado a tener que apoyar al hombre que más tarde lo empujó de su partido.

Los resultados electorales del 5 de julio confirmaron que cuando los pueblos se cansan de sus gobiernos, no hay fuerza capaz de revertir esa decisión soberana de carácter histórico que a veces suele rezagarse, pero que nunca deja de asomar su rostro, quizás en el momento más oportuno.

El vaticinio de la segunda vuelta fracasó

Los dirigentes del PLD y de la Fuerza del Pueblo, incluyendo a sus aliados y sus voceros esparcidos por todos los medios, coincidieron en que habría una segunda vuelta electoral el 26 de julio.

Las encuestas que patrocinaron y publicaron coincidieron en esa estrategia, la de hacerle saber a la opinión pública que nadie ganaba en primera vuelta. En esa política entró un bloque de firmas encuestadoras que colocó a Luis Abinader en primer lugar, pero por debajo del 50% más uno.

En segundo lugar se colocó a Gonzalo Castillo o Leonel Fernández, dependiendo del compromiso de la entrevistadora. Incluso, algunas encuestadoras llegaron al colmo de «posicionar» a Castillo en primer lugar.

Se pensó que en un escenario donde existen «tres fuerzas» políticas compitiendo es imposible que una de ellas alcance la mitad más uno de votos para ganar en primera vuelta. El mejor ejemplo en ese sentido serían las elecciones de 1996, en las que compitieron el PRD, el PLD y el PRSC y ninguno pasó en primera vuelta. Entonces se produjo el balotaje del 30 de julio, donde el apoyo del PRSC decidió el triunfo del PLD.

Traída por los moños al nuevo escenario de julio de 2020, esa experiencia sería de maravillas para el PLD y la FP que se disputaron la simpatía de las bases peledeístas. Descartado Castillo o Fernández en primera vuelta, el sueño era la reunificación de la «familia» morada en la segunda, pero esa aspiración olvidó que el ciclo histórico del PLD en el poder había llegado a su final, sin importar que se diera o no esa anhelada reunificación, para la cual, el sector oficialista, responsable de la división del PLD, desplegó sus esfuerzos ante Fernández, sin que lograra su propósito.

Además, la sumatoria de los votos de Castillo y los de Fernández obtenidos el 5 de julio alcanzó un 46%, insuficiente para superar a Abinader en cualquier vuelta. Un PLD unificado produciría una polarización de fuerzas y de ninguna manera superaría el 46% en ninguna de las vueltas porque su modelo gobierno se agotó desde cuando el presidente Danilo Medina concibió sus planes de perpetuarse en el poder con una segunda reelección, o a través de la reelección delegada en Gonzalo Castillo, un candidato presidencial improvisado, muy difícil de posicionar y mercadear por sus reconocidas limitaciones

Al quedar todo resuelto en primera vuelta, ahorrándonos más sufrimientos, pactos de dudosas reputación y derroches de recursos, es indudable que la imagen del expresidente Fernández quedó mejor parada en el ámbito público que la de su antiguo partido y su cúpula, cuya suerte inmediata dependerá del cumplimiento de la promesa del presidente electo de nombrar un Ministerio Público independiente.

Un partido dividido no gana elecciones
La derrota del PLD viene a confirmar que un partido dividido, aún estando en el poder, no gana elecciones. Los mejores ejemplos al respecto lo aporta el viejo PRD: la división entre Jacobo Majluta y Salvador Jorge en las elecciones de 1986 facilitó el retorno de Balaguer; la división entre Hipólito Mejía y Hatuey Decamps en 2004 ayudó al retorno de Leonel Fernández y la división entre Mejía y Miguel Vargas Maldonado en 2012 contribuyó al triunfo de Danilo Medina.

Un dato interesante es que por muy dividido y desacreditado que esté el partido gobernante, su votación casi siempre supera el 30%. Así lo demuestran los casos del Partido Reformista en 1978 y en 1990, cuando debió salir del poder, y el del PRD en 2004, cuando obtuvo un 33% de las votaciones. Ahora, en 2020, el PLD bajó estrepitosamente, pero retuvo un 37%. Al difundir las posibilidades de cancelaciones masivas en el Gobierno Central y la suspensión de las ayudas y los programas sociales, la mayoría de sus beneficiarios votaron por el candidato oficial Gonzalo Castillo.

Actualmente la nómina pública ronda los 800 mil empleados y las familias beneficiadas con dádivas del Gobierno sobrepasan las 900 mil.
La división del PLD se inició cuando el presidente Danilo Medina empezó a faltar a su palabra de no buscar la reelección en 2016. Para viabilizar su continuidad, los miembros del Comité Político firmaron el «Pacto de Juan Dolio» en abril de 2015, pero ese acuerdo sería violado después en algunos aspectos claves.

De inmediato se convocó la Asamblea Nacional para modificar el artículo 124 de la Constitución, que permitió a Medina reelegirse por última vez, pero sin posibilidad futura de volver a ser Presidente. Tras vencer a una oposición muy debilitada en las presidenciales de 2016, Danilo siguió acariciando la idea de permanecer en el cargo y los intentos por violar lo pactado salieron a flote en los primeros meses de 2019. Correspondió al presidente de su partido encabezar la resistencia interna contra los planes de la facción dominante en pos de una nueva modificación constitucional que eliminaría el párrafo transitorio del artículo 124.

Se recuerda también que el diputado leonelista Demóstenes Martínez debió ser el presidente de la Cámara de Diputados 2019-2020, pero el danilismo violó ese otro punto del «Pacto de Juan Dolio», al imponer a uno de los suyos (Radhamés Camacho) al frente de dicha Cámara. El match Danilo-Leonel concluyó el 6 de octubre de 2019 en las primarias abiertas del PLD, cuando el sector oficial derrotó a la facción leonelista. En los días siguientes, el jefe de la facción derrotada alegó un «fraude automatizado» en las primarias y decidió renunciar al partido, fundado una nueva organización llamada Fuerza del Pueblo.

En mi opinión, la división del PLD ayudó a su derrota del 5 de julio, sin que esa haya sido la causa principal. De permanecer precariamente unificado, el PLD jamás se salvaría de la derrota que acaba de cosechar, luego de permanecer 16 años consecutivos en el poder, robando los dineros del pueblo, burlándose de los demás, usando a un grupo de sicarios de la comunicación para manchar reputaciones, endeudando hasta el tuétano al país, derrochando millones en publicidad engañosa, abusando del control de las instituciones públicas, inventando un candidato malo, usando la desgracia de la pandemia para hacer campaña barata, publicando falsas encuestas y destruyendo las más creíbles ante las cámaras televisivas. Jamás pensaron que tantos desaguisados, burlas y abusos serían facturados el 5 de julio.

¡Cosas veredes, Sancho!

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